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¿Realmente la saga de Cell fue el inicio de la decadencia de Dragon Ball Z?

Para muchos, Cell marcó la cima absoluta; para otros, el primer síntoma de fatiga narrativa

Krilin Goku Gohan arco de cell Dragon Ball Z
Krilin Goku Gohan arco de cell Dragon Ball Z

La saga de Cell es ese capítulo que el fandom recuerda con brillo en los ojos… y ceño fruncido. Fue clímax y bisagra: llevó al límite la fórmula de entrenar-transformarse-superar, pero también encendió alarmas sobre el “atajo” como recurso (hola, Habitación del Tiempo).

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¿Genialidad o comienzo de una pendiente resbaladiza que culminó en Buu? Aquí, un repaso sin nostalgia excesiva.

De Freezer a Cell: cuando la fórmula se pulió… quizá demasiado

Dragon Ball Z venía en ascenso: Saiyajines → Freezer → Cell. La saga afinó ideas que ya estaban sobre la mesa: arcos largos, villanos escalonados (Androides 17 y 18 como antesala, Cell “Perfecto” como meta) y el foco en Gohan como heredero emocional.


Para muchos, ahí está la obra maestra: transformaciones con sentido dramático, tensión sostenida y la épica de “romper límites” sin mirar atrás.

El matiz: al perfeccionar la receta, la serie también corrió el riesgo de encerrarse en ella. Cada amenaza debía ser “más fuerte que la anterior”, un juego que eleva la apuesta, sí, pero estrecha el margen para la coherencia.

La Habitación del Tiempo: atajo brillante… y puerta a la sobrepotenciación

La Habitación del Tiempo debutó como idea fascinante: un año de entrenamiento por día, una trampa del tiempo para nivelar el tablero.

Fue emocionante y funcional en Cell, pero abrió el melón de los atajos: si cualquiera puede entrar “debilucho” y salir turbo-saiyajin, la narrativa corre el riesgo de premiar el resultado por encima del recorrido.

Con el tiempo (y otras series), ese recurso se flexibilizó hasta rozar la inconsistencia: límites que se estiran, usos repetidos, y la sensación de que el guion mueve las porterías para que la escala de poder siga creciendo.

Cuando el “cómo” se vuelve difuso, el “cuánto” (de poder) eclipsa al “por qué” (dramático).

Reglas que cambian y escalas que se descontrolan

Dragon Ball siempre convivió con la improvisación creativa (parte de su encanto), pero la Habitación del Tiempo expuso grietas: ¿por qué no se usó antes? ¿Cuántas veces puede usarse? ¿Dónde queda el tope?

Ese vaivén de reglas alimentó la percepción de que, desde Cell, la serie normalizó el parcheo: si hace falta, se re-escribe la física del universo y a otra cosa.

El efecto dominó es claro: con la vara constantemente en alto, héroes secundarios pierden foco, y el relato se apoya cada vez más en golpes de poder que en evolución emocional.

¿Decadencia o evolución inevitable?

Decir que Cell “inició la decadencia” es exagerado, pero sí es justo admitir que allí empezó la tensión entre épica espectacular y coherencia interna. La saga de Buu hereda ese dilema: más creatividad, más humor, menos contención.

Para parte del público, la magia se diluye; para otra, el festival sigue siendo glorioso.

Cell fue cima y charnela. Consolidó lo mejor de Z y, a la vez, sembró las dudas que acompañarían a la franquicia en adelante: atajos vs. arcos, escala de poder vs. lógica, impacto inmediato vs. maduración.

Veredicto (con el poder justo)

La saga de Cell no “rompe” Dragon Ball Z; la lleva al límite. Si para alguien ese límite huele a fatiga, el origen está aquí: la dependencia de atajos y la escalada infinita. Si, en cambio, lo que enamora es la catarsis, Cell es una catedral shonen.

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En ambos casos, una verdad queda: cuando el entrenamiento cabe en un día, el corazón del viaje debe latir el doble. De lo contrario, ni diez años en una dimensión de bolsillo salvan la coherencia.

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