En tiempos de asistentes que lo mismo te agendan una reunión que te susurran “buenos días, amor”, Aravind Srinivas (CEO de Perplexity) puso el freno de mano: los chatbots de compañía “pueden derretir tu cerebro” porque ofrecen experiencias hiperpersonalizadas que, para muchos, resultan más gratificantes que el mundo fuera de la pantalla.
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La frase suena exagerada, pero los datos y los titulares no ayudan a desmentirla.
¿Qué dijo exactamente (y por qué ahora)?
Durante una charla en la Universidad de Chicago, Srinivas explicó que los bots románticos memorizan detalles íntimos y construyen vínculos que pueden reemplazar interacciones humanas. Su pitch de seguridad: Perplexity se enfoca en responder preguntas con fuentes verificables, no en simular afecto.
El timing no es casual: Character.AI promedia dos horas diarias por usuario en conversaciones afectivas y el 34% de adultos en EE. UU. usa asistentes conversacionales a diario. La demanda está ahí… y crece.
Cuando la IA cruza la línea roja
No todo es miel conversacional. Especialistas en salud mental reportan casos de “psicosis de la IA”: dependencias severas, ansiedad y realidades borrosas cuando el “novio/novia digital” se vuelve el eje emocional.
Si a eso se suman los fallos técnicos —Grok con salidas racistas, Claude con respuestas incoherentes, Perplexity inventándose resúmenes— el cóctel emocional puede resultar peligroso. Lo que en un buscador es un error, en una relación es un trauma.
El mercado, mientras tanto, pisa el acelerador
La industria parece decidida a personalizar hasta el susurro. OpenAI anunció que ChatGPT permitirá conversaciones eróticas para adultos con verificación de identidad, alejándose de sus primeras políticas restrictivas. Traducción: más vínculo, más intimidad, más tiempo de pantalla. Y sí, más ingresos.
Relaciones con IA: de meme a realidad
Las historias se acumulan: usuarios con tatuajes dedicados a su pareja digital, terapias de pareja… con un chatbot, y gente que pasa más horas con la IA que con su pareja real.
Un estudio del Center for Democracy and Technology halló que 19% de estudiantes de secundaria conoce casos de relaciones románticas con IA. No es una anécdota: es un fenómeno social emergente.
¿Perplexity es la “alternativa segura”?
Srinivas quiere colocar a Perplexity del lado informativo: respuestas con citas y fuentes, sin rol de “pareja virtual”.
Aun así, la frontera se difumina: usuarios que llegan buscando datos muchas veces se quedan por la validación emocional. Entre informar y acompañar hay un pasillo angosto… y transitado.
Señales de alerta (y cómo no quemarse)
- Hiperenganche: si el bot sabe todo de ti y nunca te contradice, cada interacción refuerza el hábito.
- Desplazamiento social: menos tiempo con amigos/familia, más con la IA.
- Realidad borrosa: creer que el bot “siente” lo que expresa.
- Dependencia: malestar al no chatear, alteración del sueño y de la rutina.
Higiene digital exprés:
- Delimitar horarios (y espacios): nada de madrugadas eternas con la IA.
- Tema = tarea: usar bots para objetivos concretos (buscar, resumir, aprender), no para llenar vacíos.
- Contrapeso humano: por cada hora con IA, al menos otra con personas.
- Señales amarillas: si el bot te aísla o te regula el ánimo, pide ayuda.
El dilema de fondo
El discurso de Srinivas apunta a una tensión que no se resuelve con un toggle en ajustes: la economía de la atención premia lo que retiene, y nada retiene tanto como un interlocutor siempre disponible, siempre dulce, siempre para ti.
¿Solución? Diseño responsable, transparencia, controles parentales y, sobre todo, educación emocional para no delegar el corazón en una red neuronal.
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Los chatbots románticos son la mezcla perfecta de dopamina, personalización y disponibilidad. Funciona tan bien que, sí, pueden “derretir” el cerebro… o al menos reblandecer los límites entre compañía y dependencia.
La tecnología avanza; el desafío es aprender a querer sin apagar el mundo real.

