Dragon Ball vive de sus combates como Gokú vive de un buen bol de ramen. Allí se resuelven traumas, nace la épica y se suben de nivel los héroes. Pero, entre tanta joya, la franquicia también dejó peleas que, en el gran mapa de la historia, aportan poco o nada.
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Relleno delicioso, comedia desatada o decisiones que se desinflan a los cinco minutos. Hoy repasamos esos choques que fueron tan prescindibles como imposibles de olvidar.
Cuando el gag rompe la escala de poder: Arale contra los Saiyajin
El cruce con Dr. Slump en Dragon Ball Super es pura travesura. Arale, personaje “inmune a las reglas”, manda a volar a Vegeta en Super Saiyan Blue y parte la Tierra de un puñetazo. Gokú necesita ponerse serio para apenas contenerla.
Es divertidísimo, meta y descarado, pero canónicamente no resiste análisis. Un cameo que brilla… y que no deja huella.
El teatro del Torneo de Artes Marciales: Androide 18 vs Mr. Satán
La final que todos sabíamos cómo terminaba: Satán no puede con 18, así que compra el resultado. Antes de “cobrar”, ella le regala unos cuantos sustos y un espectáculo digno. Como sátira funciona; como avance de la trama, poco y nada.
Para colmo, rebaja la mística del torneo, que solía ser el termómetro del mundo humano.
Una resurrección exprés: el regreso (y adiós) del Capitán Ginyu
Tagoma recibe a la ranita Ginyu, cambian de cuerpo y el villano vuelve al ruedo con dominio sobre varios Guerreros Z. ¿Desenlace? Vegeta lo evapora en segundos. La idea de traerlo de vuelta prometía desorden delicioso, pero la ejecución lo reduce a chiste cruel. Entretenido, sí; necesario, no tanto.
Monaka no era Monaka: Gokú vs Bills… con disfraz
La broma de Bills para sostener la leyenda de Monaka acaba en un “sparring” absurdo donde Gokú jamás nota a quién enfrenta. Al final, Yamcha destapa la farsa y Gokú lo racionaliza con una explicación risible.
Es un episodio simpático para bajar tensiones tras el torneo, aunque narrativamente solo estira el chiste.
La fusión que se volvió sketch: Gotenks contra Super Buu
La llegada de Gotenks —con su abanico de ataques ridículos, fantasmas explosivos y voleibol de dolor— prometía el pase a la nueva generación.
En lugar de resolver, la pelea se convierte en un circo que culmina con Buu absorbiéndolo. Luego Gohan toma la posta… y corre la misma suerte. Mucho espectáculo, poco avance real.
La forma “de paso” de Freezer: Gohan y un puente que no lleva a nada
La tercera transformación de Freezer luce increíble y dura un suspiro. Piccoro cae, Gohan se enoja y lanza un contraataque que apenas sirve para que Freezer diga “suficiente” y salte a su forma final.
El duelo queda como postal vistosa, pero prescindible: la historia podría haber saltado directo a la etapa definitiva sin perder nada.
El autopitido de Buu: Bueno vs Malvado, un concepto desperdiciado
La escisión emocional de Majin Buu abre una idea potente: dos mitades enfrentadas del mismo ser. La ejecución dura un episodio y termina con el Malvado comiéndose al Bueno para nacer Super Buu. El concepto merecía más recorrido; aquí funciona solo como pasarela hacia la siguiente fase.
Piccoro hace justicia… y el guion lo deshace: el caso Babidi
Piccoro harto de Babidi lo parte en dos. Instante catártico que se anula cuando el hechicero se recompone. Minutos después, Buu lo mata de verdad. La primera “muerte” queda como un amague que solo sirve para darle actividad a Piccolo en una saga que lo usa poco.
El combate que se rinde a la mitad: Gokú vs Cell en los Juegos
La pelea está dirigida como clímax de temporada: estrategia, técnica y una Transmisión Instantánea-Kamehameha que es historia del anime. Entonces Gokú se rinde porque cree —con razón— que Gohan es el indicado.
Es coherente con su fe en su hijo, pero deja el duelo con Cell como una escalada espectacular que sabíamos que no definía nada. Y de regalo, la Semilla del Ermitaño que fortalece al villano.
La previa sin consecuencias: Gohan vs Lavender en la Expo de Zenosama
Lavender envenena a Gohan; el saiyajin pelea ciego, aprende a confiar en sus sentidos… y todo termina en empate. Como ejercicio de personaje, ok; como ronda previa al Torneo del Poder, totalmente prescindible. No cambia jerarquías, no altera el bracket, no deja cicatriz.
Entonces… ¿por qué las amamos igual?
Porque Dragon Ball también es ritmo, humor y respiros entre tragedias. Estas peleas aflojan la mandíbula, construyen memes, humanizan a los héroes y, aunque no muevan la trama, alimentan la cultura que hace eterna a la franquicia.
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Son esos capítulos que revisitas cuando no quieres sufrir, solo sonreír con un Kamehameha que no lleva a ninguna parte… y aún así te eriza la piel.

