Hay aplicaciones que envejecen mal: se quedan atrapadas en un icono nostálgico y una función que el mundo dejó atrás. QuickTime no. QuickTime hizo algo más inteligente: aceptó que ya no era el protagonista del cine en el Mac y se convirtió en ese compañero discreto que aparece justo cuando hace falta.
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Es la típica app que muchos no abren en semanas… hasta que un día hay que grabar un tutorial, recortar un video a última hora o sacar el audio de una entrevista. Y entonces, ahí está, como si nunca se hubiera ido.
El motor que enseñó a los PCs a “mover video” sin sufrir
Para entender su longevidad hay que viajar a principios de los 90, cuando ver video en un ordenador era casi un truco de feria. No existía un estándar claro, la sincronía audio-video era un dolor y muchas soluciones dependían de hardware caro.
QuickTime, lanzado en 1991, fue clave porque convirtió el video digital en algo razonable para un usuario común: reproducción fluida, audio sincronizado y un ecosistema que empezó a normalizar lo multimedia en computadoras personales.
No solo era una app; era una pieza de tecnología que empujó a toda una industria.
De herramienta Mac a “instalación obligatoria” también en Windows
Apple entendió rápido que el valor estaba más allá de su propio jardín. QuickTime también llegó a Windows y por años fue casi una instalación inevitable para consumir contenidos multimedia, especialmente cuando la web empezaba a jugar en serio con trailers, clips y formatos comprimidos.
Y para quienes querían más, existió QuickTime Pro: una versión de pago que desbloqueaba funciones de edición y conversión. Fue un negocio pequeño, pero también una pista temprana de lo que QuickTime terminaría siendo: no solo “play”, sino “editar y preparar”.
El golpe de realidad: formatos por todas partes y licencias por ninguna
Luego llegó la época complicada: mediados de los 2000 y el festival de formatos. Entre archivos .avi, códecs raros, contenedores distintos y soluciones como Flash, el usuario solo quería una cosa: doble clic y listo.
QuickTime chocó con una pared de compatibilidad. Por licencias, decisiones de producto o prioridades internas, no podía (o no quería) abarcar todo lo que circulaba en internet.
En ese vacío entraron los todoterreno, con VLC como ejemplo clásico: abría casi cualquier cosa sin que el usuario tuviera que aprender vocabulario técnico.
QuickTime perdió el trono del “reproducir todo”. Y parecía el inicio del final.
El streaming lo cambió todo… y QuickTime cambió de trabajo
Cuando YouTube, Vimeo y luego Netflix normalizaron el video en navegador, la reproducción local dejó de ser el centro de la vida digital. El público ya no “coleccionaba” películas en el disco duro: las reproducía en la nube.
Ese podría haber sido el fin definitivo del QuickTime reproductor. Pero ahí aparece la jugada maestra: QuickTime dejó de vivir para el ocio y se reconvirtió en herramienta de productividad, ligera, nativa y siempre disponible.
Por qué sigue instalado en cada Mac nuevo
Hoy QuickTime sobrevive porque hace cosas que siguen siendo necesarias, incluso en 2025:
Grabación de pantalla y captura del iPhone
Es una de las formas más rápidas (y sin apps externas) de grabar lo que pasa en el Mac o capturar la pantalla de un iPhone/iPad conectado, con calidad alta y sin vueltas. Para creadores y gente que trabaja, es oro.
Edición exprés sin abrir un “camión”
Recortar el inicio de un clip, unir dos videos, extraer audio… QuickTime lo hace rápido y sin menús intimidantes. No pretende ser un editor pro, pero gana por velocidad.
Conversión práctica
Reducir peso, cambiar formato o dejar un archivo más compatible para enviarlo. QuickTime sigue siendo ese atajo que evita instalar “otra cosa” solo para una tarea puntual.
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La moraleja: sobrevivió porque dejó de pelear batallas equivocadas
QuickTime ya no quiere competir con el streaming, ni con reproductores universales, ni con editores gigantes. Su rol ahora es más humilde y más útil: ser el utilitario confiable del sistema. Pasó de estrella a herramienta, y esa es una forma bastante inteligente de durar.
