En tecnología hay modas que explotan como fuegos artificiales: iluminan el cielo, hacen ruido y, cuando cae el humo, quedan dos cosas… una factura y un montón de preguntas. Con el metaverso de Meta está pasando algo parecido.
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La compañía que hace cuatro años se cambió el apellido corporativo para empujar un “internet en 3D” ahora frena la inversión en su división estrella del tema. No es un “game over” definitivo, pero sí una señal clara: si el futuro no se puede usar hoy, cuesta justificarlo mañana.
Reality Labs en dieta: recorte, presión y una agenda más pragmática
Meta anunció un recorte del 30% en el presupuesto de Reality Labs, el laboratorio responsable de gran parte de la apuesta por realidad virtual, realidad aumentada y el ecosistema del metaverso.
A primera vista suena a retirada, pero el gesto se entiende mejor como ajuste financiero y narrativo: cuando los accionistas piden resultados, los proyectos “a diez años” pierden prioridad frente a los que pueden generar adopción en meses.
En ese sentido, el metaverso no desaparece del mapa, pero sí deja de ser “la autopista principal” para convertirse en una ruta secundaria con menos combustible. El sueño sigue, el ritmo cambia.
La IA se roba la escena: de mundos completos a gadgets con utilidad inmediata
El nuevo foco es evidente: inteligencia artificial integrada en dispositivos más cercanos al día a día. Meta no está diciendo “adiós” a la experiencia inmersiva; está diciendo “primero lo que la gente entienda y use”.
Por eso asoman gafas inteligentes, pantallas monoculares y wearables con funciones asistidas por IA: productos que prometen valor rápido sin exigir que el usuario se ponga un casco, se aísle del mundo y aprenda un nuevo “modo de vivir”.
La lógica comercial es clara: un visor de inmersión total es una gran declaración, pero también una gran fricción. En cambio, unas gafas con funciones útiles y discretas son una puerta de entrada más realista. Menos Ready Player One, más “sirve para algo hoy”.

El metaverso como proyecto lento: menos “mundo paralelo” y más herramientas concretas
Parte del problema del metaverso fue el marketing: se vendió como destino final, cuando probablemente sea una construcción gradual.
En vez de imaginar a todo el mundo viviendo dentro de un espacio virtual, el enfoque que gana terreno es más terrenal: gemelos digitales de espacios físicos, colaboración remota mejorada, interfaces que entienden gestos y movimiento, y capas de realidad aumentada que se integran con tareas cotidianas.
Aquí la IA juega como catalizador. La IA generativa permite crear entornos y contenidos más rápido, abaratar prototipos y acelerar iteraciones. En otras palabras, si antes construir mundos costaba tiempo y dinero, ahora puede costar “menos de ambos”. No es magia, es eficiencia.
Reestructuración, no funeral: lo que realmente está pasando
Analistas como Ekaitz Cancela interpretan el movimiento como una reestructuración clásica: redistribuir capital para no quedar atrás frente a competidores fuertes en IA.
Meta estaría comprando tiempo y foco: invertir donde el mercado responde rápido, mientras mantiene la base tecnológica para experiencias inmersivas más sólidas a futuro.
Además, hay un factor que condiciona todo: privacidad, seguridad y uso por menores. Los mundos digitales no crecen en un vacío; crecen bajo presión regulatoria y escrutinio público. Eso empuja a Meta a ser más cuidadosa con cómo y cuándo despliega experiencias masivas.
Entonces, ¿se acabó el metaverso?
No necesariamente. Lo que se acaba —al menos por ahora— es la idea de que el metaverso llegue como un “gran salto” inmediato. El escenario más probable es uno incremental: IA + realidad aumentada + dispositivos más cómodos + usos prácticos, paso a paso.
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En resumen: Meta no está cancelando el futuro; lo está renegociando. Y en tecnología, esa suele ser la diferencia entre una promesa bonita y un producto que sobrevive.
