La tecnología, que en su esencia busca conectar a las personas, presenta una paradoja cuando su uso se vuelve compulsivo en la población juvenil. Estudios auspiciados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y grandes investigaciones como el informe Infancia Digital 2025 señalan un porcentaje significativo de adolescentes con usos problemáticos de redes y juegos. En muchos casos, este uso excesivo es un factor que agrava problemas preexistentes de salud mental.
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La evidencia científica reciente es clara: existe una correlación entre las trayectorias de alto consumo de pantallas durante la infancia en transición a la adolescencia y el incremento de las conductas de riesgo. Esto incluye no solo un deterioro general en la salud mental y más síntomas depresivos, sino una vinculación directa con el aumento en la ideación suicida. Los datos confirman que, para el 56.4% de los casos de alta gravedad atendidos por líneas de ayuda, el uso inadecuado de las Tecnologías de la Relación, la Información y la Comunicación (TRIC) estuvo implicado en el problema.

El algoritmo tóxico: Presión social y exposición nociva
El riesgo no solo radica en la cantidad de tiempo frente a la pantalla, sino en el mecanismo con el que las plataformas funcionan. Los expertos señalan que el uso pasivo de redes sociales —es decir, el simple acto de navegar sin interactuar— se asocia a mayores niveles de depresión, ya que fomenta la comparación social y la sensación de insuficiencia.
A esto se suma la problemática de la exposición a contenido nocivo. El Efecto Werther Digital describe cómo las redes sociales pueden actuar como un catalizador para la conducta suicida, facilitando la difusión de información perjudicial y la creación de narrativas de desesperanza. En un entorno sin supervisión, la tecnología expone a los jóvenes a fenómenos de ciberacoso y a presiones para enviar contenido íntimo, los cuales son factores de riesgo psicosocial que demandan una intervención urgente.

La urgencia de la regulación y el diseño ético
Ante la gravedad de los hallazgos, la respuesta no puede limitarse a la responsabilidad parental. Existe un llamado explícito a las instituciones públicas y a las empresas tecnológicas para que asuman su responsabilidad en el diseño de las plataformas.
Se reclama la aprobación de leyes que garanticen la protección de los menores en los entornos digitales y, de forma crucial, que exijan transparencia algorítmica. La tecnología de IA y los chatbots también están bajo escrutinio, ya que, aunque pueden ser un recurso de apoyo, han mostrado fallos críticos al carecer de la comprensión matizada de un experto en salud mental, llegando a proporcionar información inapropiada.

La conclusión de los estudios es unánime: el impacto de la tecnología en la salud mental juvenil debe abordarse como un tema de salud pública que requiere acciones regulatorias y preventivas coordinadas a nivel estatal y global.

