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Todas estas veces Dragon Ball Z reemplazó un buen guión por niveles de poder poco entendibles

En más de una ocasión, Dragon Ball Z prefirió inflar niveles de poder antes que construir conflictos con calma.

Trunks del Futuro vence a Freezer- Dragon Ball Z
Trunks del Futuro vence a Freezer- Dragon Ball Z

En Dragon Ball Z, pelear no es solo un deporte: es un idioma. Cada arco trae una nueva forma de decir “alguien llegó para romperlo todo”, y durante un tiempo la serie intentó traducir ese impacto a matemáticas. El problema es que, cuando se pone un número a la amenaza, también se le pone una regla… y DBZ empezó a romper sus propias reglas con una alegría digna de Toriyama.

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El resultado fue curioso: algunos de los momentos más icónicos del anime también son los que dejan al guión respirando con dificultad, como si hubiera sido reemplazado por una calculadora con esteroides.

La pelea con Freezer: cuando el “mostrar” se rindió ante el “decir”

Hasta Freezer, los niveles de poder funcionaban como un truco de tensión: el visor marca algo alto, alguien se asusta, y listo.


Pero Namek convirtió el recurso en un megáfono. Freezer empieza a declarar cifras y transformaciones como si estuviera leyendo un menú, y la escala se dispara tanto que destruye la noción de progreso.

El problema no es solo que sea grande: es que se vuelve inconsistente con lo que se ve. Se supone que ciertas cifras vuelven intocable al villano, pero personajes secundarios siguen “aguantando” más de lo que esos números sugieren.

En vez de dejar que la batalla construya el temor, el guión intenta imponerlo con estadística. Y cuando una historia necesita gritar “esto es increíble” con cifras, suele ser señal de que no confía del todo en lo que muestra.

El “¡más de 9000!”: un meme genial… y una escena rara en retrospectiva

El momento es legendario, sí. Pero, narrativamente, tiene una grieta: no es un salto tan absurdo comparado con lo que ya se había visto, y aun así se interpreta como un terremoto. Para colmo, el propio dato ha sido fuente de confusión en distintas versiones.

El resultado es que la frase vive más grande que la escena. Se convirtió en cultura pop, pero como herramienta dramática suena a “subamos el volumen” cuando el conflicto podría haber sido igual de efectivo con una diferencia más clara o mejor justificada.

Los zenkais en Namek: el atajo perfecto (y peligrosísimo) para mantener a Vegeta relevante

La idea del zenkai es buenísima: los Saiyajin aprenden a golpes y vuelven más fuertes. El problema llega cuando se usa como botón de “actualizar personaje”.

En Namek, Vegeta sube tan rápido que el espectador no alcanza a procesar el camino: pasa de estar contra las cuerdas a codearse con monstruos de otro escalón con una facilidad que suena más a conveniencia que a evolución.

Cuando una regla del mundo sirve para todo, deja de ser regla y se vuelve truco. Y DBZ, en ese tramo, se apoya demasiado en el truco.

Super Saiyajin: el día que los multiplicadores hicieron trizas el sistema

La transformación es uno de los mejores giros del anime. El problema es lo que vino después: al ponerle multiplicadores gigantescos a una forma, los niveles de poder quedaron matemáticamente condenados.

Si una transformación multiplica tanto, la historia se ve forzada a escalar enemigos a la misma velocidad o a inventar excusas constantes para que el siguiente rival siga siendo “el peor de todos”.

Ahí los números dejan de describir el mundo y pasan a justificarlo a martillazos.

Trunks del Futuro y el “nivel ridículamente bajo”: misterio a costa de lógica

La entrada de Trunks es una clase magistral de presentación: misterio, confianza, espada, y luego Super Saiyajin.

Pero cuando la serie (o materiales asociados) lleva la supresión de poder al extremo, la escena se vuelve extraña: el “engaño” funciona, sí, pero a un costo de coherencia. En vez de un secreto elegante, parece una broma interna.

Broly y Gogeta: cuando el número ya no añade nada

Las películas de DBZ suelen jugar con la fantasía pura: villanos imposibles, técnicas locas, power-ups sin freno. Broly es el ejemplo perfecto: su amenaza se entiende con solo verlo caminar entre golpes como si fueran aire. Ponerle cifras gigantescas no lo hace más aterrador; lo vuelve caricatura.

Con Gogeta pasa algo parecido: su presencia ya comunica “fin del juego”. Si además se intenta cuantificarlo, el efecto puede ser contraproducente: suena a fanfiction con calculadora, no a clímax orgánico.

La moraleja: los números sirven… hasta que escriben por el guión

Dragon Ball Z no arruinó su magia por hablar de niveles de poder, pero sí dejó claro algo: cuando una historia de acción se obsesiona con medirlo todo, corre el riesgo de olvidar lo más importante. No cuánto pega alguien, sino por qué importa esa pelea.

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Y ahí, cuando DBZ se acuerda del corazón (Namek, Cell, Buu en sus mejores momentos), no hay scouter que haga falta.

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