Dragon Ball GT prometía nuevas aventuras, viajes espaciales y transformaciones flamantes. Pero entre atajos de guion, regresiones de carácter y decisiones creativas rarísimas, varios íconos de Z quedaron como sombras de sí mismos.
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Aquí va un repaso ligero —y con cariño— de cinco personajes que merecían mejor destino.
Trunks: de heredero del hype a acompañante de relleno
El Trunks que en Z era sinónimo de “la nueva generación viene fuerte” aterriza en GT con menos filo que una espada de juguete.
Director ejecutivo de Capsule Corp a regañadientes, su arco mezcla burocracia con gags y cero evolución real: no hay transformaciones nuevas y su Super Saiyan ya no impresiona a nadie.
En la saga de las Esferas de la Estrella Negra, Pan aporta más, Goku (niño) resuelve todo, y Trunks queda como tercer volante. El momento en el que debe fingir ser “novia” para engañar a Zoonama es tan recordado… como dolorosamente ilustrativo de su desdibuje.
Gohan: el “destinado a superar a Goku” que terminó mirando desde la banca
Z construyó pacientemente la leyenda de Gohan hasta el clímax contra Cell, y luego la consolidó con el “Ultimate”. Quince años después, GT podría haberlo devuelto al centro del escenario.
En cambio, lo encierra en un rol doméstico amable pero insípido. Su secuencia más intensa llega cuando Baby lo posee, es decir, cuando ni siquiera conduce su propio destino. Más extraño aún: su hija Pan vive aventuras peligrosas con Goku y Trunks, y él no asoma la nariz.
Para quien llegue a GT sin historial, cuesta creer que este tipo fue —literalmente— el más fuerte de la Tierra.
Vegeta: desarrollo profundo en Z, atajos tecnológicos en GT
El final de Z le regaló a Vegeta un momento de lucidez precioso: reconocer a Goku y entender por qué lucha. GT lo pone y saca del foco sin demasiada ceremonia.
Sí, la saga de Baby es un golazo dramático (y su posesión funciona muy bien), pero fuera de ese arco, el príncipe pasa demasiados minutos como sparring de lujo.
Su acceso a SSJ4 mediante el Generador de Ondas Blutz de Bulma divide a la tribu: hay quien celebra el “trabajo en equipo”, pero para un personaje tan orgulloso suena a atajo anticlimático. Para colmo, su SSJ4 luce más como requisito para Gogeta que como logro propio.
Mr. Satán: oportunidad perfecta de catarsis… que GT patea al córner
El gran farsante entrañable cerró Z en alto ayudando a convocar la Genkidama. GT abre la puerta a un cierre honesto en el 31.º Torneo de Artes Marciales: el propio Satán considera retirarse, y Majuub podría heredar el título con legitimidad.
Era el arco redondo. En vez de eso, la serie infla otra vez el ego del campeón mediático y posterga el crecimiento de Uub. Quedan los chistes, sí; pero se pierde una despedida con corazón para un personaje que, cuando quiere, sabe tenerlo.
Goku: toneladas de tiempo en pantalla, gramos de evolución
Que Goku vuelva a la niñez prometía recuperar el espíritu aventurero del primer Dragon Ball. Y por ratos, GT lo consigue: viajes galácticos, jefes gigantes, transformaciones a granel. El problema es que la montaña rusa de acción no viene con desarrollo emocional en combo.
Goku resuelve, sonríe, vuelve a resolver… y poco más. La despedida final, emotiva y en tono de leyenda, llega tarde: habría sido un punto de partida ideal para ceder la batuta a Pan y Uub. En vez de eso, la serie repite fórmulas con menos chispa que antes.
El balance: nostalgia poderosa, decisiones flojas
GT quiso ser homenaje y nueva etapa a la vez. En el camino, desinfló a Trunks, congeló a Gohan, instrumentalizó a Vegeta, diluyó a Mr. Satán y convirtió a Goku en máquina de set pieces.
No es que todo sea un desastre —la saga de Baby, por ejemplo, tiene nervio y buenas ideas—, pero cuando cinco pilares de Z salen peor parados, el castillo completo tambalea.
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¿Moraleja? La nostalgia es un ki peligrosísimo: si se canaliza bien, eleva al Super Saiyan 4; si se usa como parche, deja a los héroes en modo “relleno”. GT lo aprendió por las malas. Y los fans también.

