Ciencia

Objetos como el 3I/ATLAS suelen ser enviados por civilizaciones avanzadas, dice un experto de Harvard

El argumento mezcla estadísticas, historia cósmica y una pregunta incómoda: si el universo tuvo miles de millones de años de ventaja, ¿por qué asumir que nunca pasó nadie antes?

3I/ATLAS
3I/ATLAS

Mientras la mayoría mira a los cometas como postales bonitas del espacio profundo, hay científicos que los observan como si fueran sobres sin remitente. En el caso del 3I/ATLAS, el tercer objeto interestelar confirmado que cruza el Sistema Solar, la discusión se volvió aún más intensa porque hay quien cree que no todo lo que llega desde fuera tiene que ser “solo” una roca.

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Y, fiel a su estilo, Avi Loeb volvió a poner una hipótesis sobre la mesa: que este tipo de objetos podrían ser enviados —o, al menos, aprovechados— por civilizaciones tecnológicamente avanzadas.

Loeb y su tesis: “no sería la primera visita”

Loeb, conocido por explorar escenarios poco convencionales, plantea que si hoy se detectan visitantes interestelares como 3I/ATLAS, es muy difícil que sea el primero que haya pasado cerca de la Tierra en toda su historia.


En una publicación reciente en su blog, llegó a describir como “estadísticamente imposible” que el planeta no haya estado expuesto antes a material procedente de otros sistemas estelares.

Su razonamiento va por el lado de la probabilidad acumulada: si durante miles de millones de años hubo oportunidades para encuentros, entonces la sorpresa no debería ser que llegue “algo”, sino que recién ahora se esté empezando a verlo con instrumentos modernos.

La matemática del “bombardeo” cósmico

El argumento central se apoya en una estimación muy concreta que cita el propio Loeb: rocas de “escala métrica” provenientes del espacio interestelar podrían impactar la Tierra aproximadamente una vez por década, lo que se traduciría en unos 500 millones de colisiones a lo largo de la historia del planeta.

La conclusión, para él, es provocadora: si ese flujo existió, la Tierra pudo haber recibido material interestelar muchas veces, incluso aunque no quedaran rastros obvios o identificables.

Y, si en alguno de esos objetos viajaban microorganismos resistentes (o “carga” biológica), entonces la exposición a vida extraterrestre no sería ciencia ficción, sino una posibilidad a considerar.

En el texto original aparece una imagen poderosa para explicar esta idea: la del “jardinero interestelar”, una metáfora para sugerir que una civilización antigua pudo intervenir —directa o indirectamente— en la siembra de vida.

Un detalle clave: el universo tuvo ventaja de tiempo

Otro punto de Loeb gira en torno al reloj cósmico.

Según su planteamiento, muchas estrellas se formaron alrededor de mil millones de años antes que el Sol, lo que habría dado margen de sobra para que civilizaciones en otros sistemas se desarrollaran y lanzaran exploradores, sondas o “mensajeros” a la galaxia.

En esa línea, Loeb insiste en una frase que resume su postura: “la historia de la Tierra no está aislada del resto de la galaxia”. Dicho de otro modo: el planeta no sería una burbuja separada, sino una parada posible dentro de un vecindario enorme.

Loeb también pone el freno: faltan pruebas

Aun con lo llamativo de la hipótesis, el propio Loeb reconoce una limitación evidente: no hay registros directos que confirmen visitas, sondas o intervención inteligente en el pasado. La humanidad tiene un registro histórico limitado y el monitoreo del cielo, como práctica sistemática, es reciente.

De hecho, hasta ahora las agencias espaciales solo han confirmado tres objetos interestelares detectados en tiempos modernos: 1I/ʻOumuamua (2017), 2I/Borisov (2019) y 3I/ATLAS (detectado el 1 de julio de 2025).

La idea final: mirar arriba, pero también salir

Más allá de la polémica, Loeb empuja una conclusión que no depende de aliens: la necesidad de explorar.

Si otros “visitantes” (sean naturales o no) pueden cruzar distancias imposibles, entonces la humanidad debería pensar sus propios viajes más allá de la Tierra como algo más que espectáculo o competencia.

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Y remata con una frase que funciona como resumen de su filosofía: “la inteligencia sin ambición es como un pájaro sin alas”.

       

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