Hasta hace unas décadas atrás, los experimentos en todos los ámbitos eran mucho más rudimentarios que hoy. Por ejemplo Nathaniel Kleitman, conocido como uno de los pioneros en el estudio del sueño, aportó numerosos estudios a la neurociencia y la psicología a través de investigaciones empíricas y a veces poco ortodoxas, dejando como legado descubrimientos tales como el del movimiento rápido de los ojos (REM) durante el sueño. Además, el profesional nacido en 1895 también es recordado por un raro experimento llevado a cabo en 1938, cuando decidió aventurarse en la profundidad de una cueva para estudiar los ritmos circadianos, ciclos biológicos que ocurren en el transcurso de un día.
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Así, junto a su colega, Bruce Richardson, Kleitman pasó todo un mes en el interior de la Cueva de Mammoth en Kentucky. Un lugar oscuro, inhóspito y que no tenía acceso a la luz natural ni a los relojes. ¿El objetivo? Observar cómo se ajustaban sus ciclos de sueño y vigilia.
Curiosamente, en la actualidad la revista New Scientist ubica a esta investigación como una de los “Nueve de los experimentos más extraños de la historia”.
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El experimento de los días de 28 horas
Esta historia comienza en junio de 1938, cuando el profesor Nathaniel Kleitman y su ayudante, Bruce Richardson, comenzaron una rara expedición a la cueva Mammoth en Kentucky, Estados Unidos. ¿Su misión? Desafiar la concepción humana del tiempo, adaptándose a un ciclo diario de 28 horas.
El entorno parecía ideal, completamente aislado de estímulos externos como la luz solar y el sonido de la ciudad. El tema de explorar los límites de los ritmos circadianos humanos y si es posible liberarse del ciclo natural de 24 horas aún no se había abordado por la ciencia, por lo que marcó un antes y un después en este tipo de estudios.
Así y durante 32 días, Kleitman y Richardson vivieron en absoluta oscuridad, con una misma temperatura y sin conexión con el mundo exterior, con la esperanza de responder preguntas fundamentales sobre nuestra relación con el tiempo y el sueño.
El desarrollo del experimento de Kleitman
Una vez dentro de la cueva, la rutina que seguirían estos dos investigadores era dividir la jornada en 10 horas de trabajo, 9 de ocio y 9 de sueño. Pero pese a su dedicación, los resultados revelaron que, sin importar el horario autoimpuesto de 28 horas, su ciclo de temperatura corporal se mantenía en un ritmo de 24 horas, indicando una predisposición del “reloj biológico” al ciclo solar.
“La idea era ver cómo se podía generar el sueño en ausencia de las señales ambientales normales, especialmente la luz y temperatura”, explicó en 2016 el investigador del sueño de la Universidad de California, Jerome Siegel, a la revista The Scientist.
Y aunque no lograron crear días de 28 horas, sus resultados sirvieron para futuras investigaciones. Por ejemplo, entendieron las diferencias entre Kleitman, de 43 años y Richardson, considerablemente más joven, cuyo cuerpo se adaptó mejor a la cueva que el de su jefe.
Con todo, este experimento fue pionero en su campo, y quedó plasmado en el libro ‘Sleep and Wakefulness’ publicado por Kleitman años después. Dichos hallazgos se utilizaron durante la Segunda Guerra Mundial para cuidar los ciclos de sueño de los soldados, promoviendo en parte su bienestar.