Ciencia

El Escuadrón 731: la espeluznante historia de científicos japoneses en la Segunda Guerra Mundial

Esta es la historia de un grupo de científicos japoneses que experimentó con prisioneros en la Segunda Guerra Mundial: el Escuadrón 731.

Todo país, toda potencia, tiene su historia sangrienta. En la Segunda Guerra Mundial no solo los nazis protagonizaron crímenes. Incluso, tampoco únicamente los perdedores, los ejércitos del Eje. Todos quedaron con las manos manchadas de sangre inocente.

Pero, en este caso, nos enfocaremos en los crímenes del Japón. En especial los del llamado Escuadrón 731, o Unidad 731.

En nombre de la ciencia cometieron los experimentos más atroces. Es una historia espeluznante que se remontó a antes del conflicto de 1939-1945.

Comenzó con la llamada Guerra sino-japonesa, o chino-japonesa, entre ambas naciones asiáticas. El Japón era una potencia militarista que buscaba expandir su territorio estableciendo gobiernos títeres en los países vecinos.

China fue uno de los objetivos militares de los japoneses, y en 1937 invadió el norte, conquistando Manchuria. Los chinos lucharon, curiosamente, con el apoyo de la Unión Soviética y los Estados Unidos.

Pero no lograron frenar a la maquinaria bélica nipona, equivalente a la potente Alemania nazi de la época.

Para probar los efectos de la guerra bacteriológica, Japón creó el Escuadrón 731. Al frente se encontraba el temible teniente general Shiro Ishii, de 45 años.

Luego de estudiar en la Universidad de Kioto, Ishii realizó viajes a Occidente para conocer más sobre la guerra biológica, que tuvo uso en la Primera Guerra Mundial.

 

Las atrocidades en Harbin

Ishii recibió el comando de la Unidad 731 y una sede, camuflada como un módulo de purificación de agua en la ciudad de Harbin.

Harbin se convertiría en sinónimo de la desgracia: para realizar experimentos biológicos, los japoneses enviaban prisioneros al módulo.

Casi diez mil, de acuerdo con las cifras de China, pasaron por allí. Pocos salieron con vida, y sirvieron como ejemplo de las atrocidades que puede cometer el ser humano contra sus semejantes.

Chinos, coreanos, mongoles y rusos fueron víctimas de los espeluznantes trabajos de la 731.

Entre las acciones experimentales la que más causaba estupor era la vivisección, el abrir a los prisioneros sin anestesia mientras estaban vivos.

El fin era evaluar sus reacciones. A algunos se les enfermaba antes, unos con gases o inyecciones, y luego se les abría para ver cómo era el efecto en su interior.

Pero no solo hombres eran los “conejillos de indias”. También mujeres, y muchas de ellas embarazadas. O niños de la más tierna edad.

Todo en nombre de la Ciencia.

También se amputaban prisioneros para ver cómo perdían la sangre y cuánto tardaban en morir.

Ensayaron con armamento con la finalidad de observar el efecto en las personas. Granadas, lanzallamas, rifles, armas químicas.

Además, probaron infectando a pulgas con peste bubónica u otras enfermedades y las soltaban en mitad de la población, con el fin de evaluar el efecto.

 

La disolución del Escuadrón 731

Con el final de la Segunda Guerra Mundial, luego de los bombardeos norteamericanos sobre Hiroshima y Nagasaki, los japoneses se rindieron. El Escuadrón 731 se disolvió. Algunos se entregaron ante las autoridades estadounidenses, conscientes que serían ejecutados por sus crímenes.

Pero no ocurrió nada, salvo que los norteamericanos pidieron a los más destacados médicos de la Unidad para ofrecerles inmunidad a cambio de los resultados de sus experimentos.

Ishii, el líder de la espeluznante Unidad 731, fallecería producto de un cáncer de garganta en Tokio, a los 67 años.

Japón admitió los crímenes del Escuadrón 731, pero sin pagar por ellos. Un juez expresó en 2002:

“La evidencia muestra que las tropas japonesas, incluidas las de la Unidad 731, usaron armas bacteriológicas bajo órdenes del ejército imperial japonés y que muchos residentes murieron”.

La cita pertenece al juez Koji Iwata, de acuerdo con el Japan Times, en un trabajo de la BBC.

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