Seguridad

Yonke Fénix: Chernobyl a la mexicana

Hacemos un recuento por la historia extraña de Yonke Fénix. El episodio más grave que vivió México con material radiactivo que terminó afectando la vida de miles.

Con la emisión del último capítulo de Chernobyl llega el momento de la reflexión. Particularmente para México. Ya que la forma en que fue manejado el incidente por los políticos y las autoridades guarda oscuros paralelismo con lo que vemos hoy en día con administración federal actual.

Donde la negación del fallo y la imposición de una verdad hasta que sea insostenible pareciera parte de la rutina cotidiana en la comunicación oficial del gobierno mexicano. En México no hay una planta nuclear con las cualidades (y riesgos de Chernobyl), pero aquí tuvimos al Yonke Fénix.

Todo sucedió, en diciembre de 1983 en Ciudad Juárez Chihuahua. Según marca el archivo periodístico de la revista Proceso. El depósito de chatarra Yonke Fénix había recibido una máquina de radioterapia, llevada por un empleado del Centro Médico de Especialidades de la ciudad.

El trabajador había sido consignado para vender como chatarra el dispositivo que no había sido muy utilizado desde su adquisición en 1977.

No había personal capacitado para instalar, ni operar la máquina de radioterapia. Así que estuvo años en una bodega antes de que alguien tuviera la brillante idea de venderla como basura. El problema es que el aparato tenía varias fuentes de Cobalto-60

La empresa Fundición de Aceros de Chihuahua tenía varios acuerdos comerciales con Yonke Fénix. Por lo que era común que ellos recibiesen su chatarra para fundir el metal en sus hornos y convertirlo en material para construcción.

Eso sucedió exactamente y fue así como los restos de esa máquina de radioterapia acabaron distribuidos en más de seis mil toneladas de varillas contaminadas. Mismas que serían utilizadas para la edificación de casas, oficinas y negocios.

Aunque la contaminación habría iniciado desde la propia desarticulación del aparato, según señala el informe creado por la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS) bastantes meses:

La fuente radiactiva fue extraída de su blindaje principal (cabezal), colocada en una camioneta pick-up, y ahí, por curiosidad, fue perforada la cápsula de la fuente. La fuente fue llevada al depósito de chatarra ‘Yonke Fénix’ y vendida como chatarra, iniciándose así la dispersión de los gránulos de Cobalto.

Yonke Fénix vendía su basura a varias compañías. Aceros de Chihuahua, Fundival, de Torreón; Grupo Urrea de Guadalajara, Industrial del Hierro y del Acero de Atizapán, y Fundidora Frontera de Ciudad Juárez, por mencionar algunas.

Así que las varillas terminaron en construcciones y puntos de venta a lo largo de los Estados de Chihuahua, Sonora, Baja California, Sinaloa, San Luis Potosí, Zacatecas, Guanajuato, Morelos, Hidalgo, Nuevo León, Coahuila, Querétaro, Tamaulipas, Durango, Baja California Sur y Aguascalientes. Pero fue hasta 1984 que por mera casualidad se descubrió el error.

Un camión cargado con varias varillas de acero contaminadas pasó cerca del laboratorio Los Álamos, en Estados Unidos. Los detectores de radiación instalados en la empresa se dispararon y encendieron la alarma y protocolo que llevó a dar con el cargamento radiactivo.

Chernobyl silencioso

El rastreo fue complicado, ya que las autoridades no contaban con personal capacitado, ni se aplicaron los procesos de seguridad recomendables. Aún así, se hizo lo que se pudo y todo llevó a la demolición de decenas de construcciones:

En diversas regiones, como en Hidalgo, se improvisó a modestos inspectores de Salubridad como ‘expertos’ nucleares y fueron ellos los encargados de detectar las radiaciones y decidir sobre incautaciones de varilla y demoliciones. Sin mayor instrucción —ni siquiera la elemental para su protección personal—, se puso un contador geiger de radiaciones en manos de personas habitualmente dedicadas a inspeccionar sanitarios de comercios y revisar licencias y permisos.

Sólo en el Estado de Sonora hubo 164 casos de viviendas contaminadas. Y el escenario era similar en otras entidades del país. En donde las autoridades no se destacaron por la transparencia con la que manejaron el incidente. Al final enterraron todo el material recolectado en un cementerio nuclear de Ciudad Juárez.

Se cree que cerca de cuatro mil personas se vieron expuestas a la radiación. Ochenta de ellas recibieron dosis considerables que pusieron en riesgo su vida. Agustín Horcasitas Cano, ex gerente de producción en Aceros de Chihuahua, y autor del libro El gran engaño, afirma que hay 10 mil toneladas de varilla contaminada que jamás se recuperaron.

En su libro recoge el testimonio de habitantes de la zona y sus compañeros de trabajo. Relatando la muerte de algunos trabajadores y las mutaciones que presentaron a lo largo de años.  No fue tan brutal como Chernobyl, pero sí resultó grave.

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