Hoy me pasó esto: mientras jugaba el nuevo Zelda Breath of the Wild en la oficina, un compañero me quiere mostrar una novedad. Acto seguido, saca una bolsa plástica llena de pequeños papeles blancos y yo pensé que me quería vender algún tipo de droga. Pero no.
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Cada pequeño papelito tenía una identificación para saber que Amiibo era. Porque sí, estos papeles, todos y cada uno de ellos, eran Amiibo. No la figura plástica, sino la información digital contenida en la base de la misma.
Honestamente, nunca se me había pasado por la cabeza la idea de algo así. Ante mi incredulidad, prendí la herramienta NFC del juego y sucedió la magia: cayó del cielo un tesoro. Y así fui uno por uno hasta llenar la bolsa de Link sin figuras, solo con papeles.
Los papelitos en cuestión se compran a través de internet y se trata de chips NFC en blanco que se pueden leer y escribir con cualquier celular que tenga esta tecnología, además de la aplicación correspondiente y también de darse una vuelta por foros especializados para bajar la información. Con esto, es posible cargar el amiibo que se les ocurra.
Evidentemente se formó el debate ético-moral al respecto y porque en parte se está cometiendo una trampa, y aquí hay compañeros con grandes colecciones de las figuras de Nintendo. Llegamos a la conclusión, al menos por ahora, de que el valor real de un Amiibo radica en el aspecto decorativo.
Hoy aprendimos que podemos tener todo lo que ofrece un Amiibo excepto lo más importante (la figura, obvio) y que con un poco de conocimiento en programación (que no compartiremos, lógicamente) se puede hacer by pass a tener que gastar un dineral en plástico.
Aquí un video de mi Nintendo Switch recibiendo el regalo del cielo: