Opinión

Maravillosa Nintendo 64 [NB Opinión]

A 20 años de su salida en Japón, un recuerdo de lo que significó esa consola en mi vida.

24 de diciembre de 1997. Víspera de Noche Buena y quizás la más especial de mi niñez. Con mis padres había quedado el compromiso de que si tenía buenas notas (o calificaciones) en la escuela, podría tener un regalo especial. No eran tiempos de grandes lujos de mi casa, aunque nunca nos faltaba nada. De vez en cuando con mis hermanos teníamos el privilegio de recibir algún detalle importante, como un SNES o un equipo de música de buena marca. Pero en ese año fue más especial.

Llegó la noche y ya con la particular entrega de obsequios, imaginaba en esa inocencia que seguramente me llegaría una moto Ricochet, que era un vehículo a control remoto que estaba muy de moda y que cada cierto tiempo lo mostraban en la TV y terminaba alucinando con ella. Muy a lo lejos pensaba en que podría tener una nueva consola, porque en ese tiempo eran muy costosas, y porque además, meses antes, a mi padre le había mostrado una revista en el que vendían el Super Mario 64 a USD $171 de la época. Mi “viejo”, ante mi insistencia en que ese juego se podía jugar en una plataforma mejor, respondió simplemente con lo siguiente: “Ya tienes un Super Nintendo”.

Por ello, ya las esperanzas estaban en ese vehículo radiocontrolado, pero los regalos pasaban y pasaban: Ropa, calcetines, cosas para el colegio, lo típico y tradicional. Ya las esperanzas del juguete se apagaban, cuando aparecen mis papás diciendo “esto te lo trajo el ‘Viejo Pascuero’”. Vale decir, que para esos años, ellos aún pensaban que yo creía en Papá Noel, cuando años antes ya había descubierto unas figuras de Batman que estaban debajo de la cama y que luego me dieron en una Navidad. Nunca me afectó, pero les seguía jugando el juego, incluso en esa vez.

(c) Zoki64

Pero aquí vendría lo raro: Yo, que esperaba a la famosa moto Ricochet, me encuentro con una tremenda caja envuelta en papel, que obviamente por tamaño no correspondía a ese juguete. La sorpresa y el entusiasmo aún lo recuerdo. Fue extraño, muy especial, porque rasgué el envoltorio desde la parte superior y vi las letras. Era ella. La Nintendo 64.

Cada vez que veo aquel famoso video del niño gritando por la N64, me veo reflejado. Mi reacción de ese 24 de diciembre de 1997 fue prácticamente idéntica, y seguramente la de muchos niños con algún PSX o con la misma consola de Nintendo. Era hermosa. Negra, con un diseño (para mí en esos años) muy futurista, con un control que expresa grandeza (a pesar de todos los problemas que luego descubriría, como el stick) y con dos juegos: Mario Kart 64 y Jikkyou J-League Perfect Striker (la versión japonesa de ISSS 64). No les miento si les digo que ese día no dormí prácticamente, pasando horas y horas con ambos juegos, hasta que mis padres me dijeron que era mucho rato. Fui a la cama, y en un acto tierno (pero tremendamente absurdo si lo pienso hoy en día), puse a la consola a mi lado.

Fue desde allí que hasta 2002, la Nintendo 64 fue mi compañera de tardes y de muchas aventuras: FIFA 98, Banjo-Kazooie, GoldenEye 64, Killer Instinct Gold, Duke Nukem 64, Donkey Kong 64, Zelda: Ocarina of Time, Body Harvest, Cruis’n World, Perfect Dark, International Superstar Soccer 2000 y WWF No Mercy fueron parte de mi catálogo, que por más que existiera PlayStation X, no lo cambiaba por nada. Sí, muchos amigos en esos años me hablaban (y tuve luego la opción de jugarlos) de Metal Gear, de Resident Evil, de Final Fantasy, pero me seguía faltando el carisma de mis juegos. No era de fanboy, como uno podría pensar, era simplemente poner a comparar los catálogos y darse cuenta de que si bien en la plataforma de Sony podían haber 100 juegos más que en Nintendo, los de este último eran más fácil recordar los imperdibles que en la otra. Eso, hasta el día de hoy, por más que pueda generar polémica.

Indudablemente, cada reflexión que tenga en torno a este sistema estará cargada de la emotividad obvia. Del recuerdo de esas tardes en familia jugando Mario Party, con la gracia de los cuatro controles; de los veranos con mis primos en el que tratábamos de clasificar a Chile para Francia 1998; de tratar de sacar todas las bananas o las piezas del rompecabezas hasta altas horas de la noche; o de simplemente escuchar la canción de Epona o de Saria.

Sin embargo, como todo lo que comienza, llega a su fin. En 2002, y con aprietos económicos de por medio y ya poseedor de una PlayStation 2, la necesidad de poder contar con más juegos y siendo aún joven, me obligó a desprenderme de ella. Tener que vender a la plataforma que me dio horas de goce para poder hacer el salto a la competencia. Era necesario, pero no menos triste. Fue a fines de ese año, y a cambio recibí varios juegos a cambio, pero ninguno llenó como en esa hermosa época de infancia, a tal punto de que la noche de ese día sí derramé alguna lágrima. Es materialista, es exagerado, pero es parte de uno. Fue un sentimiento sincero.

Hoy, a 20 años de su lanzamiento en Japón, era necesario hacer el recuerdo de esta maravillosa consola. Vilipendiada por su fracaso comercial ante PSX (a pesar de haber logrado distribuir más de 30 millones en todo el mundo) y de cimentar varios estilos que hasta el día de hoy son parte natural de los videojuegos. ¿Cámaras funcionales en entornos 3D? Super Mario 64. ¿Juegos FPS con misiones? GoldenEye fue en ese camino. ¿Explotación del multijugador? Desde Mario Kart hasta Smash Bros o Mario Party. Incluso, para qué decir que varios títulos de N64 integran las listas de los mejores de todos los tiempos, y con justicia y sin argumento alguno que se pueda reprochar.

Sí, me encanta la Nintendo 64, y seguramente la seguiré recordando por siempre tal como lo que fue: Como la gran responsable de los mejores recuerdos de mi niñez.

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