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Nuevas cadenas en México: fierros, contenidos y ¿democracia?

México tendrá nuevos canales que emitirán en abierto en la era digital.

Agosto trae dos preguntas que van a tomar vuelo antes de los días 2 y 3 de septiembre, cuando el proceso para licitar dos nuevas cadenas de televisión ponga en marcha sus primeros procesos:

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¿Quiénes buscan operar canales de televisión en México?, y ¿para qué queremos más televisión ‘abierta’?

Como en el ‘futbol estufa’, estas preguntas recibirán (y ya reciben) su dosis de rumores, filtraciones, y especulación. Lo cierto es que la respuesta a ambas preguntas tiene varios componentes porque el rol de la televisión tiene distintos ángulos en la sociedad.

Por ejemplo, la pregunta de quiénes buscan ser una nueva televisora se mezcla con percepciones sobre poder y competencia político empresarial en México: los enfrentamientos entre Televisa y TV Azteca con América Móvil; darle más voz a una parte del espectro político; empresas extranjeras como Telemundo; o ser un outlet de algún grupo económico.

O bien, otras teorías sobre la función de más televisión abierta: más opiniones o diversidad política; espacio para nuevos contenidos; mejor programación a través de la competencia; o más espacios para la propaganda política encubierta.

Estas son algunas de las versiones que se han leído en la prensa mexicana desde antes  de que las bases de la licitación fueran anunciadas en marzo del 2014. Antes de darle paso a las versiones que seguramente se observarán en agosto y septiembre sobre quiénes son los interesados y para qué quieren operar las cadenas es pertinente revisar algunos aspectos del entorno de la televisión.

¿No estaba muriendo la TV abierta?

Resumamos este punto en una idea: la tendencia es sintonizar menos “señales abiertas”, pero los contenidos que ofrecen las cadenas siguen siendo consumidos incluso a través de plataformas de paga.

De acuerdo con estadísticas del INEGI, en México el 36% de los hogares tiene televisión de paga, unos 11.4 millones aproximadamente. Esto no implica necesariamente que el resto de los hogares “dependen” automáticamente de la televisión abierta, ya que pueden existir escenarios en donde el hogar decida no suscribirse a este servicio y sí a alguno de conexión a Internet de banda ancha para consumir video exclusivamente por Internet. Esta cifra indica que la televisión de paga todavía tiene campo para avanzar –sobre todo si se ofrece acceso a Internet- y que en la mayoría de los hogares la oferta disponible al encender un televisor es la que se ofrece a través de canales “abiertos”.

Ahora bien, contar con algún sistema de paga no quiere decir que no se consuman los canales “abiertos”, como algún evento deportivo o noticiero. Estos contenidos siguen siendo relevantes y por ello existe la figura de la retransmisión o must carry, que en el caso mexicano representa que las plataformas de suscripción pueden retransmitir canales de Televisa y TV Azteca previamente definidos por el regulador mexicano, el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT).

Esto lleva a considerar que las cadenas de televisión abierta probablemente pierdan audiencia en sus señales “abiertas”, pero sus contenidos pueden seguir siendo rentables por varias razones: son eventos deportivos que no se repiten, o son contenidos que pueden captar audiencias brindando ingresos publicitarios y que luego pueden ser vendidos para ser retransmitidos en otros países.

Al hablar de una “televisora” se debe distinguir entre la “cadena”, por donde se transmiten los contenidos (network) y la unidad que produce el contenido, como los estudios.

Momento, ¿una televisora no es automáticamente una productora de contenido?

En México generalmente se piensa a una televisora como una entidad vertical que transmite contenido que ella misma produce, así como aquel que adquiere de otros proveedores. Esta percepción no siempre ha sido así.

En Estados Unidos esta diferencia estuvo más marcada durante algún tiempo, concretamente hasta antes de los años 80 y la expansión del servicio de cable. El editor de Vox Todd VanDerWerff tiene un artículo excelente en el que explica que las cadenas de televisión de Estados Unidos no tenían permitido ser productoras de contenido (estudios). Las cadenas norteamericanas se “saltaban” esta regla cultivando relaciones estables con algunos estudios y así tácitamente cada cadena tenía acuerdos por los que garantizaba acceso a contenidos.

Sin embargo, explica VanDerWerff, la llegada de Fox en los años 80 a Estados Unidos modificó este arreglo al argumentarle a la FCC que no podía competir con las cadenas establecidas porque sus redes con las productoras de contenido no permitirían que Fox obtuviera condiciones competitivas para obtener programación con qué competir.

En este caso, la solución fue argumentar que el propio estudio de Fox (20th Century Fox TV) que ya producía contenido para otras cadenas era la manera de solucionar este problema. Con esto, el propio estudio de Fox comenzó a operar como la fuente de contenido. Los Simpson fue un programa que surgió de este arreglo.

Al mirar hacia México, el panorama muestra que Televisa y TV Azteca son “cadenas” pero también productoras de su propio contenido. Es decir, no existe una obligación para separar la producción y la difusión de los programas.

Las nuevas cadenas que lleguen se encontrarán con un panorama “vertical” en el que Televisa y TV Azteca no deben ser entidades separadas de la fuente de los contenidos y que generarlo en sus estudios les permite tener ingresos por su comercialización o exportación.

Las firmas interesadas en hacer televisión en México no están sólo apostando por tener una red de “antenas” o “fierros” que se traduzcan en ingresos publicitarios a través de la audiencia, sino en la capacidad de generar contenidos que también puedan ser redistribuidos.

La oferta para captar público tendrá que abarcar deportes, noticieros, telenovelas (por qué no) y lo que el espectro de televidentes en México ya consume. El reto será hacerlos lo suficientemente relevantes y/o interesantes para comenzar a hacer rentable su operación sin tratar de inventar el hilo negro sobre lo que el televidente demanda.

Y todo esto sin contar los retos que ofrecen ya la programación en canales de televisión de paga, o plataformas OTT como Netflix y hasta la posibilidad de tener una concesión única que les permita ofrecer servicios de telecomunicaciones, como televisión restringida, Internet y telefonía. Sin embargo, la oportunidad de esa “verticalidad” tecnológica y el desafío de los nuevos patrones de consumo son un tema aparte.

Entonces con más televisoras tendremos un poco más de pluralidad…

Una de las justificaciones políticas de asignar frecuencias para televisión abierta es la ampliación de la oferta de contenidos y la pluralidad. Sin embargo, el hecho de que haya más programas no es sinónimo de pluralidad.

El modelo o régimen de radiodifusión mexicana es predominantemente comercial, por lo que no necesariamente refleja a la sociedad o el modelo político mexicano. Es cierto que la forma del sistema mediático guarda relación con el tipo de sistema político que le permitió desarrollarse (para mayores referencias recomiendo leer este libro sobre este fenómeno), pero en México la intención siempre fue el desarrollo de un modelo de televisión comercial.

Es decir, la televisión en México no nació en un ambiente de competencia partidista o bajo un modelo parlamentario europeo que optara por desarrollar un modelo de carácter público.

Trasladándolo al presente, México no refleja una televisora que “aloje” la visión del PRI, del PAN o del PRD como tal. Sin duda habrá más espacios, pero las cadenas no tienen el incentivo de reflejar el espectro político mexicano, ya que su primera misión es captar audiencia, vender publicidad, hacer/transmitir contenidos rentables para el presente y el futuro, entre otras.

La televisión se ha concebido como un componente democrático para llevar al público los acontecimientos políticos o mensajes de cara a las elecciones, etc. Lo cierto es que hoy se disponen de más canales (dígase Internet) que están menos regulados que la radiodifusión y quizás el tema más atractivo sobre la pantalla y la política es la incidencia de “infomerciales” o cápsulas que tienen como objetivo promover la imagen de algún agente político a través de contenido engañoso (propaganda encubierta).

Estas nuevas cadenas, además del reto de los contenidos, tienen la obligación de lidiar con el modelo de comunicación política en México.

Para hacer un resumen del esquema actual, las televisoras no pueden ofrecer sus espacios para la promoción política (el “media buy”), lo que abrió el “mercado negro” de publicidad encubierta, en donde se encuentran apariciones de políticos o temas de esta índole en telenovelas, gobernadores y jefes de gobierno en programas de revista haciendo galletas, entre otros casos (verídicos). La pregunta es si echarán un ojo al menú de este “mercado negro” de propaganda, una conducta que en términos teóricos hiere a la democracia al promover imagen en lugar de temas para el debate sobre política pública o temas de interés público.

Las nuevas cadenas, en resumen, no podrán ser automáticamente vehículos de diversidad o de apertura política porque no tienen obligaciones de pluralismo interno. Si se lee la “letra pequeña” de la reforma de telecomunicaciones, la única cadena que tendría esta obligación de ser plural al interior del medio sería la cadena pública nacional de televisión descrita en el artículo 6 de la constitución,  en su sección V, que en la prensa se ha descrito como la “BBC a la mexicana”.

Este organismo público de radiodifusión tiene entonces ese mandato constitucional, aunque las preguntas que quedan para este objetivo están en cuándo comenzará el despliegue de esta cadena, quiénes tendrán la misión de dirigirlo y cómo se evitará la tentación de hacerla una cadena del Estado.

Foto (cc) Rusty Clark

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