Diseño

Opinión: Las dos B de un comprador estéticamente compulsivo

El producto creado debe ser bonito, pero también bueno. No obedecer a un criterio basado solamente en la forma o en el estilo.

Foto: zbowling (Flickr)

Foto: zbowling (Flickr)

Me gusta el diseño, y mucho. Soy un gran amante de la estética, de la armonía, de la simetría, en resumen, de la belleza de las cosas. De todo lo que tiene que ver con los sentidos: Lo que se ve bien, lo que huele bien, lo que se toca bien, lo que sabe bien, lo que se oye bien.

El otro día, luego de una entrevista con Bruce Claxton, Director Senior del Innovation Design de Motorola Solutions, me quedé pensando en lo que decía: “Los dispositivos no sólo deben tener un buen diseño, sino que también deben ser humanos, en el sentido de que deben ser cómodos, ergonómicos, además de usables y útiles”.

En el fondo, que el producto creado debe ser bonito, pero también bueno. No obedecer a un criterio basado solamente en la forma o en el estilo. Y tiene razón, porque los aparatos, que empezaron siendo muy grandes, luego se hicieron muy pequeños hasta volver a un tamaño más normal, o mejor dicho, de escala humana.

Los celulares pasaron por un periodo de miniaturización a comienzo del 2000, donde muchos fabricantes consiguieron condensar sus diseños en productos con apenas 81 gramos de peso y 15 milímetros… Recuerdo mi Ericsson T28W, un equipo en extremo pequeño, pero que no hipotecaba gran cantidad de funciones para llegar a esas medidas, pues — básicamente — no existía mucho para elegir colocarle.

Hoy en día eso esa miniaturización es imposible: GPS, cámaras, pantallas táctiles capaces de mostrar miles de colores al mismo tiempo, la necesaria distancia para que las distintas antenas que carga un móvil no interfieran entre si y — por supuesto — las baterías necesarias para alimentar y dar una autonomía que raye en lo aceptable dan la pauta para que los aparatos hayan crecido, pero sin dejar de lado la componente de diseño.

¿Acaso se perdió la belleza en ese paso? No, cada uno de ellos era bonito a su manera, pero responden a diseños funcionales, que terminan integrándose de una u otra forma a lo que el fabricante intenta incorporar en cada aparato.

Reconozco que – ante una decisión de compra – muchas veces me ha costado verle ese otro lado a los objetos, su lado práctico: Para qué sirven o cómo funcionan, o si son cómodos y ergonómicos, menos si son usables y útiles. Sólo me quedo con esa primera mirada a la hora de actuar.

O peor aún, me ha pasado de haber comprado cosas que nunca más he usado, simplemente porque me dejaron de gustar, u otras que al poco tiempo de uso se han roto, pese a ser de buena marca. Es el precio que pago por ser estéticamente impulsivo y compulsivo. Y qué caro es.

Pondré un ejemplo de cómo ha sido siempre: Voy a una tienda, comienzo a mirar los gadgets tecnológicos que hay en los mostradores. Es muy probable que aun antes de tocarlos, ya haya decidido si llevármelos a casa o no. Además de que mi mente no sólo me dice que puedo tenerlo – cuando puedo –, sino que debo tenerlo. Nada que hacer. O en realidad, sí.

Ahora uno de cómo podría ser: Entro a la tienda, y si ninguna predisposición voy hacia donde está el gadget, lo tomo, lo reviso por todos lados y al final descubro que no lo quiero y que no lo necesito, que no es nada bueno y que ni siquiera es tan bonito. Y salgo. Listo, problema resuelto.

Al menos eso creo, aunque no pase.

En fin, ¿cuánto durará? Si tengo alguna recaída, ¿quién podrá ayudarme? ¿Existen los centros de rehabilitación para amantes de la belleza? ¿Existe cura para la sensorialitis aguditis? ¿Existen grupos de estéticos anónimos, o quizás números de emergencia para llamar en caso de crisis compulsiva por productos bonitos, pero en extremo inútiles?… Supongo que no.

Quizás habría que crearlos. Seguro tendrían muchos clientes.

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