Bicentenario

(139) Recordando a The Legend of Zelda

Daniel regresa en la máquina del tiempo y nos cuenta su experiencia con The Legend of Zelda

Aún recuerdo haberlo visto en lo alto de un anaquel de Woolworth. Estaba justo en la entrada a lado de otros juegos. Se veía diferente a los demás, la portada era muy distinta al resto de los títulos que se mostraban en la tienda.

La carátula portaba un escudo de plata con distintas imágenes en sus cuadrantes: Una llave, un corazón y un dragón (muchos años después descubrí que se trataba de un león rampante). En el último cuadrante, se veía una serie de líneas doradas.

“Meh, está mejor ese de las Tortugas Ninjas; aunque no sé porque Rafael aparece cuatro veces”.

Semanas o meses después, luego de entrar del recreo, dos compañeros de la escuela se estaban peleando. No puse atención a lo que decían, pero era claro que discutían. Yo me quedé sentado en mi pupitre mientras el altercado continuaba.

Como el alboroto no cesaba, me levanté para ver de qué se trataba. Otro de mis compañeros, que también estaba sentado, contemplaba a los escandalosos de cerca. “¿Por qué pelean?”, pregunte. “Es que le preste un juego de Nintendo a Juan y hoy me lo iba a regresar para prestárselo a Rubén, pero se quiere quedar con él más tiempo”.

“¿Qué juego es?”, reviré. “El de Zelda”, respondió y me lo mostró.

Era un cartucho dorado. Todo los que yo había visto eran grises, opacos; este brillaba. Noté la imagen de la carátula y me percaté de que era la misma que había visto aquella vez. En ese momento caí en cuenta que las líneas doradas que habían visto eran las del casete.

No me metía a la discusión, pero después de terminar las clases, me acerqué al dueño del juego para preguntarle en que había quedado la pelea. Me dijo que él se quedó con el juego ya que los otros dos no se pusieron de acuerdo. “Oye, ¿y me lo podrías prestar a mí?”. Ni lo pensó y lo sacó de su mochila. “¿Tú cuál me prestas?”. “Mañana te puedo traer de de Donkey Kong”. El traro estaba hecho.

Llegando a la casa comí mis alimentos, hice la tarea lo más pronto que pude y me puse a jugar.

Quedé sorprendido cuando presioné el botón de “Power”. No sé como describirlo exactamente, pero era una sensación similar a la que experimenté la primera vez que vi el video de introducción para Ninja Gaiden. Pero acá era diferente, porque la música era increíble.

Puse mi nombre cuando me lo pidieron y empezó la aventura. No sabía si entrar a la cueva que estaba junto a mí, pero no perdía nada en intentarlo. Así fue como obtuve la espada. Continué avanzando sin rumbo fijo matando a cuento enemigo se me atravesaba. Pero moría una y otra vez.

Al día siguiente, cuando le llevé el juego a mi compañero, le dije que el juego de Zelda estaba muy divertido, pero no sabía qué tenía que hacer. Me explicó cómo llegar un árbol al que podrías entrar para encontrarte en un laberinto y al final pelar contra un dragón.

Al volver a la casa hice lo que mi amigo me indicó y di con el dichoso árbol. A duras penas logré llegar con el jefe del calabozo y vencerlo. El resto del día, y de los subsecuentes, continué vagando por Hyrule sin dar con otro laberinto. Al regresar el juego a mi compañero de clase, le dije que me había gustado mucho pero que no había logrado encontrar nada más. Se encogió de hombros y me dijo que él tampoco había encontrado otro.

Zelda se me quedó muy grabado, pero no lo volví a jugar sino hasta que llegó A Link to the Past en el Super Nintendo. De ahí pa’l real, como decimos acá, no me he perdido un solo juego en sus versiones para consolas, pero siempre me quedó el gusanito de no haber pasado el primer juego de la saga. Es cambió en 2003, cuando lo jugué en la edición de colección que salió para GameCube.

Creó que eso amerita un logro desbloqueado.

Link: The Legend of Zelda (MobyGames)

El mítico cartucho de The Legend of Zelda (c) Foto cortesía de Pimp My Nintendo

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