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Periodismo clásico vs Reporteros Web

Los medios tradicionales pierden terreno frente a internet, al igual que la forma clásica de hacer periodismo frente a la simpleza de generar noticias a través de reporteros ciudadanos.

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(cc) Moomettesgram – Flickr

Periodismo a la vieja usanza vs. Internet

Para nadie es un misterio que la forma de hacer periodismo ha cambiado. Si antes el monopolio de las comunicaciones lo poseían los diarios, luego la radio y más tarde la televisión, ahora, qué duda cabe, cada uno de estos medios ha ido perdiendo su tajada de la torta, cediendo lugar a una nueva fuerza emergente, que se ha abierto camino de forma particularmente vertiginosa en los últimos años. Lógico: Internet.

Es el mismo asunto que tiene al magnate de las comunicaciones, el oriundo de Australia Rupert Murdoch, de cabeza, con canas verdes, y amenazando a Google y a medio mundo.

Y la actitud del empresario no es muy compleja de entender, después de todo. Desde el prisma del periodista enchapado a la antigua, Internet ha significado una maldición. Donde antes se necesitaba un reportero de un determinado medio para cubrir el hecho noticioso, ahora tenemos al ciudadano de pie grabando con su smartphone para luego subir un video a Youtube o una foto a Twitter.

Desde el prisma del no-periodista, este cambio radical (una verdadera revolución) en la forma de capturar la noticia y distribuirla no sólo a una reducida comunidad circunscrita al ámbito local, sino al mundo entero, no puede ser sino una bendición. Y es que la tónica es simple: en la medida que exista una mayor cantidad de potenciales periodistas en las calles, habilitados para capturar el acontecimiento en el momento y enviarlo a la Web en segundos, surgen más noticias y éstas llegan muchísimo más rápido. Sencillito y hasta obvio, ¿no?

La génesis de este fenómeno, conocido como “periodismo ciudadano”, se sustenta sobre la (también rapidísima) evolución de la Web 2.0. Para ponerlo en otros términos, diremos que sin la instantaneidad que ofrecen las redes sociales y, desde luego, los necesarios cambios tecnológicos que se han ido sucediendo  en términos de hardware y software (surgimiento de smartphones y velocidades de conexión cada vez más altas, principalmente), sería difícil observar un fenómeno como el antes descrito. Y tiene sentido: si no hay BlackBerry o Twitter, no tenemos cómo subir una foto desde nuestra BlackBerry a Twitter.

¿Pero hacia dónde apunta precisamente esta divagación sobre el periodismo ciudadano y la proliferación del concepto de Web 2.0? Precisamente, al examen del rol que juega, en tiempos que he denominado “de conmoción social”, la Web 2.0 y las redes sociales, deteniéndome particularmente en la herramienta de microblogging por excelencia (¿hay más?): Twitter.

Twitter como plataforma de periodismo ciudadano

No vengo a inventar la rueda, señores; no nos engañemos. Muchísimo se ha divagado sobre el servicio web del pajarito azul y sus 140 caracteres. Pero no sé si tanto se ha comentado sobre el rol informativo de Twitter en un contexto particular: el reemplazo de los medios de comunicación “oficiales” durante ciertas “crisis”.

Sin embargo, antes de ahondar en esto último, quisiera repasar someramente las que, a mi juicio, significan las principales ventajas que ofrece Twitter frente a los medios “tradicionales”, así como sus peros.

(cc) brownpau – Flickr

Twitter, en primer lugar, ofrece la información al segundo, lo que relega al periodista a otra labor (cuestión que será profundizada más adelante). Esto que hoy parece tan obvio si nos detenemos a leer el “slogan” de Twitter, en los meses primigenios del servicio no lo era tanto. Ayer el paradigma era “¿qué estás haciendo?”, cuestión que daba para mucho y facilitaba la proliferación de mensajes tipo “comiendo Chocapic con leche” o “voy a juntarme con las amiguis en Parque Arauco” -dicho sea de paso, no es menos cierto que esa fue la razón de ser de Twitter, y muchos mensajes, a día de hoy, siguen versando sobre lo mismo-.

Sin embargo algo pasó, puesto que la masa de usuarios descubrió un potencial que probablemente ni los propios creadores hubiesen vislumbrado al momento de dar a luz a su criatura. Y como cae de cajón, es la fuerza de las masas y no lo que piense el creador lo que moldea la utilidad del producto, desembocando todo en algo aparentemente muy simple, pero que esconde una cuestión importantísima de trasfondo: el cambio de slogan a “¿qué está pasando?”.

Como contraparte, ni siquiera los grandes diarios pueden informar a través de internet con la espontaneidad y velocidad que ofrece Twitter -esto se debe, en parte, a la labor que en estricto rigor debiera ejercer el periodista, cuestión que antes mencionaba y sobre la que luego me explayaré-. Para qué hablar de los canales de televisión, cuya reacción y tiempo de respuesta es mucho mayor.

No obstante lo anterior, Twitter se funda sobre la base de la confianza mutua y la buena fe. Para que esto camine, resulta fundamental que exista un sentimiento de credibilidad recíproca al interior de la comunidad de twitteros, cual es indispensable para la salud del sistema. Y esto mismo, en ocasiones, nos puede jugar malas pasadas.

Buena fe en entredicho

Tomemos como ejemplo de lo anteriormente mencionado un caso concreto, el cual aconteció hace algunas semanas. Un grupo de jóvenes, supuestamente con fines investigativos -yo el otro día hice una investigación biológica, queriendo comprobar el flujo de la adrenalina después de patear a una señora y salir corriendo-, twitteó preguntando sobre la muerte del ex Presidente Patricio Aylwin, después que en el artículo correspondiente de Wikipedia fuera ingresada una fecha de defunción (ha pasado antes, en todo caso).

El rumor no duró mucho. Tiempo después se informó que Don Patricio se encontraba bien, y más tarde se conocieron las intenciones detrás de la jugarreta. Pero más allá de si alguien alcanzó a creer, correr a los cerros o no se compró una, el hecho evidencia una “falencia” propia de la forma de operar de Twitter. Y es que, de nuevo, todo funciona sobre la base de la confianza y la buena fe, debiendo enfrentarnos recurrentemente al ejercicio de saber discernir entre aquel caso en que opera una multiplicidad de fuentes, distintas e independientes dentro de la misma red, que informan de un determinado acontecimiento -ejemplo: @pepito111, @juanito222 y @pedrito333 afirmaron haber visto un auto incendiándose en Providencia-; y un caso en el que todos hacen eco de lo mismo, a partir de un solo mensaje o acontecimiento no constatado (considérese el mentado ejemplo de la falsa muerte de Aylwin).

Uno de los casos más emblemáticos en los cuales han quedado plasmadas tanto las virtudes como las falencias de Twitter, fue la muerte de Michael Jackson. La información apareció al segundo, pero también nos vimos enfrentados a la problemática de la desconfianza y falta de fuentes verificables. Ello conllevó una incómoda situación en que los grandes medios y agencias noticiosas no hicieron sino replicar “lo que el otro dijo”. Sólo horas más tardes hubo conocimiento cierto de que los rumores e informaciones difundidas por la red de microblogging eran reales.

Y es aquí, señores, donde el periodista de tomo y lomo entra a la cancha, debiendo realizar la correspondiente búsqueda de fuentes y verificación de los acontecimientos, pero también -más importante aún, a mi modo de ver- entregando un análisis y una descripción e interpretación “profesionalizada” de los hechos, dejando en claro, así, cuál es la línea que separa la mera labor de reporteo del ciudadano de pie y cuál es el trabajo del verdadero periodista (ese que estudia cinco años en la universidad y constantemente es asustado con que el periodismo ciudadano les quitó la poca pega que había).

Pero si queremos ejemplos más “serios” con tal de analizar el comportamiento de Twitter en “períodos de conmoción social” -hey, puede gustarnos o no Michael Jackson, pero el tema indudablemente puso de cabeza el mundo por horas, días y hasta semanas-, tenemos el caso de las elecciones del año pasado en Irán, donde, tras la reelección del Presidente Mahmud Ahmadinejad, quedó la grande en las calles. Protestas multitudinarias, muertos y prensa internacional vetada por el régimen, con la consiguiente falta de imágenes e información. ¿Solución a este último problema? Adivinen.

Sin embargo, una buena radiografía del funcionamiento y vitalidad de Twitter en estas situaciones puede extraerse a raíz de acontecimientos recientemente ocurridos en nuestro propio país. Me refiero, claro, al lamentable terremoto y todos los fenómenos consiguientes, tanto naturales como humanos, que azotaron la zona central de Chile.

#terremotochile

A estas alturas ya son más que conocidas las problemáticas técnicas que atravesó y actualmente atraviesa nuestro país. Durante días, Chile estuvo incomunicado, y esta falencia en el soporte comunicacional, con los consiguientes inconvenientes de información, no sólo tuvieron lugar en medio del flujo entre agencias gubernamentales o estatales; también se pudo notar en la prensa, tanto radial como televisiva.

Y aquí, amigos míos, es donde entra en juego una vez más Twitter. No es un mérito por el cual debiéramos alegrarnos, pero #terremotochile fue trending topic por varias horas. Por un momento, Chile fue noticia mundial y vivimos nuestra propia explosión de aquel fenómeno llamado periodismo ciudadano, manifestado a través de la red de microblogging.

Ya que naturalmente tomaría tiempo para los grandes medios de comunicación el trasladar móviles, personal y toda la implementación necesaria para cubrir las zonas de catástrofe, fueron una vez más los propios afectados y testigos inmediatos de la catástrofe inicial (me refiero puntualmente al terremoto) quienes informaron, en todo momento y en tiempo real, del estado de la situación.

Más tarde aconteció una nueva tragedia natural: el tsunami. Con ello, cientos de pérdidas adicionales y una hecatombe que llegó a sepultar pueblos completos. Sin embargo, allí estaba nuevamente Twitter ofreciendo imágenes de lo sucedido, solicitando ayuda, entregando información de personas encontradas y, en general, de nuevo detallando el estado de la situación, el cual aún no podía ser abordado por la prensa tradicional.

Como nota al margen, aquí entra en juego una forma particularmente interesante de twittear: el móvil. Ya no se trata de teclear cómodamente con una conexión de 8 MB desde el PC, sino de reportear desde la calle, smartphone en mano con conexión 3G -es la esencia del periodismo ciudadano de la que hemos venido hablando hasta ahora-. Para ello se hace indispensable un buen estado en la red de conexiones móviles (la que, por cierto, junto a los SMS, y a diferencia del sistema de telefonía propiamente tal -o como se llame-, sí dio el alto), y se presta a utilidad la disponibilidad de opciones integradas en los equipos como el GPS, lo que nos podría permitir, por ejemplo, filtrar twits útiles en razón de la localización geográfica.

Recapitulando, nótese que anteriormente he hecho una distinción entre hechos o tragedias naturales y humanas. Y con esto quisiera hacer mención de una tercera catástrofe, posterior a los desastrosos eventos naturales que tuvieron lugar antes (como si ya no fuera demasiado): los saqueos.

La situación a estas alturas es ya por todos conocida, pero nuevamente Twitter es la estrella a la hora de narrar sucesos como “acaban de entrar a saquear a mi casa”, “una turba de delincuentes emprendió rumbo al centro para asaltar a cuanto transeúnte se le cruce” o “están incendiando un local comercial en el centro de la ciudad”.

Sin embargo, de nuevo, más allá de lo beneficioso que resulta ser la rapidez del medio, nos encontramos con problemas de falta de veracidad y paranoia colectiva. Y aquí Twitter también hizo la pega, tristemente, alimentando falsos rumores y pánico en las masas.

Estos procesos no resultan del todo claros, pero normalmente todo parte con una simple duda (ni siquiera una afirmación). Basta que alguien pregunte si acaso es cierto que declararán toque de queda en Santiago, para que comiencen a proliferar afirmaciones sin fundamento y temores desmedidos. Con ello, hay ocasiones en que se genera una sobrerreacción, llegando a cerrarse el comercio más temprano, por ejemplo.

Pero al final del camino, el balance es positivo. Mirando en retrospectiva, y analizando sus pros y contras, podemos concluir que el comportamiento de Twitter durante ésta y otras catástrofes, además del fenómeno del periodismo ciudadano, han resultado ser, una vez más, únicamente valiosos. Y no es solo cuestión de leer los twits que se emitían en el momento mismo de la tragedia, sino de leer los que hasta hace algunos días se seguían publicando, solicitando información de gente desaparecida, pidiendo provisiones y dando aviso de personas ya encontradas.

En conclusión, el sistema no es infalible. Es rápido, inmediato, directo (relativamente), pero no 100% confiable. No es ningún descubrimiento; ni los propios medios tradicionales de comunicación revisten un 100% de confianza, pero nuevamente son aquellos los garantes de la veracidad informativa y quienes, además de retransmitir en pantalla lo que la gente está diciendo en 140 caracteres, deben, en definitiva, constatar que es cierto lo que se está hablando en esta utilísima red de microblogging.

Agradezco a @matiasdelrio, a cuya exposición sobre periodismo digital, en Antofagasta, tuve la oportunidad de asistir el año pasado. De allí la inspiración y algunas ideas.

Links:

Twitter mató a Michael Jakcson (Traxxo)
El fin de los periódicos (El Boomeran(g))
Periodismo Ciudadano

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