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Columna: Código social, a Aaron Swartz in memoriam

El castigo propuesto para Swartz parece haber buscado usarlo de ejemplo y enviar un mensaje contra la comunidad y movimiento de Open Access.

Me quedé con las ganas de conocer a Aaron Swartz en persona, la noticia de su suicidio me impactó en muchos niveles. Era otoño de 2009, en ese momento estaba obsesionado con los Partidos Pirata y su filosofía, me integré al Partido Pirata Mexicano (la página en Facebook sigue activa) y desde esa posición conocí, a través de la lectura o en persona, a hombres y mujeres brillantes, hackers sociales que están revolucionando el mundo. Entre ellos el caso del niño prodigio que a los 13 años había ganado el ArsDigita Prize y para los 14 coescribió la especificación RSS 1.0.

Me pareció impresionante, a su corta edad –yo apenas un año y medio más grande- Aaron había tenido grandes logros. Desde entonces le seguí la pista, su blog es un viaje intelectual, filosófico, social y cultural a través de los ojos de un geek irredento, explícito, crítico y provocador. Aaron reflejaba la visión de ciertos miembros de su generación, aquellos cuya ley es el código y compartir el conocimiento es la única regla y que, sin embargo, han sido excluidos del sistema en muchas ocasiones.

La información como cruzada, en todos los proyectos en los que estuvo involucrado Swartz la información abierta fue la constante, basta entrar a Open Library o a Theinfo.org para constatarlo. En el año 2011 inició la cacería de brujas en su contra por la descarga masiva de artículos (4.8 millones) académicos de JSTOR a través de la red del MIT. De pronto Aaron se convirtió en el enemigo del sistema y no dudaron en usar todo el poder en su contra con el objeto de “poner un ejemplo”.

Con la batalla contra SOPA y PIPA durante el año pasado, Swartz, junto con su asociación Demand Progress, despertaron consciencia y se tomaron en serio el lobbying ciudadano, ayudaron así a que finalmente no tuvieran éxito las iniciativas. De acuerdo a varios de los obituarios escritos por sus amigos, Swartz sufría de depresión y su “orgullo” le impedía pedir ayuda cuando la necesitaba, sin embargo parece que, pese a ser recurrente, podía ser un “deprimido funcional”, es por ello que el tema resulta ser un componente más de un cúmulo de razones posibles para que decidiera suicidarse.

Como lo revela Larry Lessig, Aaron nunca creyó que hubiese hecho mal o que fuera un crimen el asunto en el MIT, por el contrario, en su propia narrativa estaba actuando en consecuencia con sus creencias: todos deberían tener la posibilidad de acceder al conocimiento albergado en la base de datos. Ahora sabemos que los federales trataron de hacer negociaciones para que Swartz aceptara los crímenes cometidos bajo la aplicación de la Computer Fraud and Abuse Act, él se negó una y otra vez.

Con una posible condena de 35 años de cárcel Swartz iba a enfrentar un costoso juicio por el caso JSTOR, como argumenta el especialista que hablaría a favor de Aaron, Alex Stamos, no podía imputársele crimen alguno como las autoridades han tratado de demostrar, en palabras de Stamos, “en el momento de las acciones de Aaron, el sitio web de JSTOR permitía un número ilimitado de descargas por cualquiera en la red tipo Clase-A 18.x del MIT”.

El castigo propuesto por la fiscal y el tratamiento por parte de la justicia federal estadounidense fue desproporcionado en el caso de Swartz, su lógica parece que residía en usarlo de ejemplo y enviar un mensaje contra la comunidad y movimiento de Open Access, peor aún, es el Estado y su fuerza tomando posición sobre quién y cómo se debe acceder al conocimiento, pervirtiendo el concepto mismo de justicia y desvirtuando el sentido de las leyes penales, idealmente creadas para mantener el orden y armonía social y no para ejercer el poder que emana de ellas contra una persona.

“No hay justicia siguiendo leyes injustas” escribió Swartz en su Guerrilla Open Access Manifesto firmado en Italia durante el verano de 2008. Es un planteamiento razonable que nos invita a repensar todas las instituciones que mueven al mundo. Cuestionar los valores que asignamos a las cosas que lo hacemos, por ejemplo, pensar que el acceso al conocimiento debe ser un privilegio y no un derecho de acceso universal, como insistir que compartir información entre las personas equivale a robar, como imaginar la criminalización de cualquier causa como la conjura de la misma y un largo etcétera.

La batalla cultural e histórica que ha supuesto Internet se materializa de manera clara en el caso de Swartz, en los años por venir con seguridad seguiremos viendo éstas persecuciones. Aaron representa parte del pensamiento de una generación, la mía, los que preferimos los bits a las balas -aunque los tiroteos de los más jóvenes en EUA me hagan dudar de mi afirmación- que estamos dispuestos a pelear por un mundo más abierto y libre. Me quedé con las ganas de conocerlo, sí, pero en la terminal social su código permanece.

Esta columna fue publicada originalmente en Foreign Affairs Latinoamérica.

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