Columna

This is the end

El fin del mundo ya ocurrió al inicio. Somos el pedazo de información incompleta de una novela estallada en medio del huracán estelar.

Jorge Baradit es un escritor chileno de ciencia ficción, autor de Ygdrasil, SYNCO, Policía del Karma y otras novelas. En este espacio, comparte ideas sobre el supuesto fin del mundo, Universos paralelos, y lo que puede que ocurra o no.

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En nuestro Universo hay cosas que se pueden hacer y otras que no: el agua no quema, las estrellas no cantan, la muerte no regresa. Sin embargo la poesía está llena de recuerdos que no ocurrieron, melancolía por cosas que jamás pasaron y visiones de paisajes que nunca han tenido lugar. Por otra parte se dice que cada cosa que no es posible en este Universo es real en otro, y que la suma de todas esas posibilidades prefigura el recuerdo nebuloso de una edad de oro donde todo era posible.

Todos los Universos juntos. Vivimos en uno de muchos, habitamos un fragmento limitado, una esquirla que vuela a través de la confusión silenciosa que ya no recordamos. El fin del mundo ya ocurrió al inicio. Somos el pedazo de información incompleta de una novela estallada en medio del huracán estelar, aferrados a la tipografía del pedazo de página que nos tocó, capeando el vacío en un relato inconcluso de posibilidades limitadas. Vivimos en lo que dura una explosión de magnitud desaforada, sosteniendo el poco calor que queda porque todo empuja al vacío, a la oscuridad y el frío. Somos destellos en medio de un mar del tamaño del Cosmos, pataleando desesperados para mantenernos a flote aunque sea por un ratito más por favor, mirando las estrellas asombrados antes de hundirnos para siempre, consumiendo la poca energía disponible para engendrar a otros para que vengan y se emborrachen y compartan un poco contigo el momento mínimo antes de que les toque el turno y se apaguen también. Sumatoria de luces que se encienden y apagan sosteniendo un tenue fulgor en el fondo de un océano muerto, porque somos bacterias en el intestino de un cadáver, bacterias que no saben que el organismo se pudre. El Universo como el cadáver estallado flotando en la nada, un ahogado deshaciéndose en cámara lenta, dispersándose como un terrón en el agua, con pequeñas fogatas aquí y allá donde se acumulan sobrevivientes ateridos, levantando con esfuerzo civilizaciones que se derrumban, tratando de no olvidar mientras ven su memoria escurriéndose entre los dedos porque todo tiende al olvido y el espejismo se sostiene con cuatro o cinco historias que hacemos girar en el aire una y otra vez para que no nos gane la oscuridad, la quietud, el derrumbe y el silencio que tarde o temprano.

Lo que es yo, no pienso venderme barato. Cuando se abran los cielos y bajen los ejércitos del Señor con sus lightsabers de fuego, montados en sus caballos atroces, no cantaré ninguna alabanza mientras me decapitan. Organizaré la vía armada contra el apocalipsis, la resistencia humana contra los ángeles de la muerte desde la montaña, en Neltume, desde Alto Malloco, Frente Patriótico Mahfud Massis porque el pueblo unido jamás será vencido, pelearemos contra la entropía.

Antes, me gustaría preguntarle a Él qué ha ocurrido con las almas que esperaban las trompetas del juicio. ¿Estuvieron siempre bajo tierra ancladas a sus podredumbres? ¿Era mentira que cuando nos enterraban subíamos a la presencia del Padre, como nos decía el cura? ¿Un normando lleva dos mil años volviéndose loco allá abajo inmóvil entre los sedimentos esperando las famosas trompetas? tratando de recordar algo, intentando retener nombres, toponimia, habilidades, colores, rostros que se disolvían en el mar de recuerdos como sal entre sus costillas ¿Qué hacemos con eso? Con la costra de cadáveres sobre la que levantamos las casas, los automóviles, el cemento. Nuestra carretera norte-sur donde mueren aplastados cada mes cientos de perros y gatos, miles al año, aplastados, repasados, secados por el Sol y comprimidos contra es el asfalto, uno encima del otro. La costra de animales sobre la que transportamos nuestros camiones y la comida, nuestras máquinas, que funcionan con otros animales pero licuados hace miles de años.

Movemos nuestros engendros mecánicos con animales antiguos licuados, eso es magia negra. Estamos condenados y nos borrarán por eso. Todos en la ciudad respiramos humo de esos constructos del demonio, respiramos dinosaurios que se nos pegan en los alveólos y nos carbonizan por dentro, tragamos otras cosas para olvidarnos de todo y seguir la fiesta en la discotheque que rueda hacia el acantilado, pero lo estamos pasando la raja con las luces y la electricidad que nos ilumina en estrobos para perder la cordura y que rico que es un buen toque de electricidad con batería de autos para rebootear y perder la cordura un rato. Porque ustedes saben que en México andan tipos con una batería de auto colgando del cuello, ofreciendo “toques” a dos pesos a quienes llegan al norte a desenterrar una novia de las que siembra Malverde, el santo de los narcosatánicos, para cosechar ángeles, cierto? La electricidad es un demonio que circula por dentro del sistema nervioso de nuestras máquinas y anima nuestra tecnología, le estamos poco a poco construyendo un cuerpo y neuronas para que ese demonio reencarne en nuestra realidad, estamos a punto de fabricarle un cerebro del tamaño del mundo, que alguien venga a detenernos! Es magia negra. Todo es cierto, la confusión reina en este rito de magia negra para darle cuerpo a un demonio, la fiesta de la confusión, la cultura de la confusión donde todo es cierto, la rave del apocalipsis de nuestra cordura. La pastilla con la forma de una bala en la boca y los 140 beats por minuto de la rave del apocalipsis.

Lo que es yo, estoy saliendo calladito de la fiesta y el ruido para irme al cerro San Cristóbal. El próximo viernes me voy a sentar a los pies de la virgen a mirar el espectáculo con un paquete de pop corn. Espero que valga la pena.

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