Ciencia

21 de diciembre: ¿Cómo nos podemos defender de un meteorito?

Hay que olvidarse de la idea de lanzarle bombas atómicas.

En FayerWayer no creemos que el 21 de diciembre se acabe el mundo. Expertos en cultura Maya lo han descartado repetidas veces y no hay razones científicas para creer que una catástrofe vaya a ocurrir. Sin embargo, ante el interés que ha despertado la fecha, decidimos explorar algunos escenarios y discusiones de fin de mundo interesantes durante los próximos días.

Ya hay un consenso en el mundo científico en que lo que mató a los dinosaurios fue el impacto y posteriores repercusiones de un meteorito hace 65 millones de años, en un evento conocido como la “extinción masiva del Cretácico-Terciario” donde prácticamente todas las criaturas sobrevivientes no superaban los cinco kilos de peso (se extinguió el 75% de las especies del planeta).

Se estima que en ese entonces la roca que golpeó nuestro planeta tenía unos 10 kilómetros de diámetro, liberando en el impacto una cantidad de energía que estimamos que superaría todas las bombas atómicas creadas por el hombre hasta la fecha, y levantó tanto polvo que bloqueó la llegada de rayos solares a la superficie por quién sabe cuánto tiempo.

Al fin y al cabo, la roca tenía el diámetro de la altura del monte Everest, y creen que ésta fue la que hizo el actual Golfo de México, con la península de Yucatán como el lugar que se levantó por el impacto.

Este tipo de hitos se conocen como eventos de extinción masiva. Sin embargo, no es necesaria una roca de semejantes dimensiones para causar estragos en la humanidad, es más relevante el material del que está hecho el meteorito, o si éste explota debido a las fuertes presiones en su caída (como probablemente fue el evento de Tunguska).

El asunto es que no todos los asteroides son iguales, éstos se pueden dividir en tres grandes grupos en base a su proporción entre minerales silicatados y hierro-níquel metálico: rocosos (que son alrededor del 94%), metálico-rocosos (un 1%) y metálicos (aproximadamente el 5% de los asteroides).

Por ejemplo, el cráter Barringer de Arizona tiene un diámetro de un kilómetro y medio, 170 metros de profundidad, y se han encontrado restos del impacto en un área de 260 kilómetros cuadrados a la redonda. El meteorito que dejó semejante foso fue probablemente de sólo unos 40 metros de ancho y 30 toneladas pero hecho de hierro sólido, por lo que se calcula que la explosión debió ser equivalente a una bomba atómica de 20 megatones.

¿Cómo defendernos de un asteroide? Lo primero es encontrarlo

 

(CC) ‌Bahadorjn

Nuestra primera prioridad es saber a lo que nos enfrentamos. Para ésto existen iniciativas como la Fundación B612 (llamada así por el asteroide donde vive ‘El Principito’), una organización privada que planea crear un mapa del 90% de los asteriodes cercanos a la Tierra de más de 140 metros de largo, y el 50% de los mayores a 50 metros.

Para lograr su misión, la fundación planea poner en órbita un telescopio infrarrojo llamado Sentinel, el que seguirá una trayectoria similar a la órbita de Venus para así tratar de detectar todo lo que rodea nuestro planeta. Si todo sale bien, el telescopio será puesto en órbita por SpaceX para el 2018 y tendrá una vida útil de cinco años y medio.

Si ya identificamos un asteroide que amenaza a la Tierra, tendremos que tomar la decisión de qué hacer con él. Cabe aclarar que todo lo que aprendimos con cintas como Impacto Profundo o Armagedón está mal. La solución no es lanzar bombas atómicas a los asteroides. Ésta opción sólo sería válida si nos encontramos con la roca ya encima nuestro, a un par de meses del impacto como máximo.

No puedes detener un tren a balazos

Si identificamos con suficiente antelación un asteroide que nos impactará, la solución más óptima es sumamente poco glamorosa para los estándares hollywoodenses: un ‘remolcador gravitacional’ (o ‘tractor de gravedad’). Una sonda de sólo un par de toneladas de peso que tendríamos que poner muy cerca del asteroide para que así, a largo plazo, la propia gravedad de la sonda desvíe al asteroide lo suficiente como para evitar un impacto con la Tierra.

La gracia de un tractor de gravedad sería que no necesitaríamos saber de qué material está hecho el asteroide. Una bomba atómica –ya sea enterrada o impactando en su superficie– podría eventualmente destruir o desviar un meteorito pequeño o mediano, pero sólo si es de roca. ¿Que impacto podríamos causar con una bomba atómica si el meteorito es de fierro sólido?

Puede parecer una solución demasiado indigna, quizá pequeña, pero efectiva. Al fin y al cabo, el espacio es un lugar muy, pero muy grande. Un asteroide que pase cerca de la Tierra no es una amenaza aunque se nos acerque mucho (como ocurrió con 99942 Apofis), pues para ser un riesgo debe pasar por un muy angosto “ojo de cerradura”, un lugar que por el que si pasa un asteroide, seguramente impactará a la Tierra cuando vuelva en una futura órbita.

Este ‘ojo de cerradura’ es una zona de alrededor de 400 metros de diámetro, y cuando estamos hablando del espacio, es una distancia extremadamente pequeña. En esa situación, el remolcador gravitacional sería la opción ideal. La que nos haría agradecer de nuestra corteza cerebral y pulgares opuestos, lo que no tenían los dinosauros hace 65 millones de años.

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